Han sido muchos viajes, demasiados fines de semana de idas y venidas.
Demasiadas maletas, arrastrándose por las calles de los pueblos con ese run-run que ya sonaba a castigo.
Demasiadas despedidas aquí y allá, lágrimas al separarte de gente a la que quieres y no sabes si volverás a tener cerca. O peor cuando sabes seguro que no, y la pena es más grande.
Demasiadas cosas en la agenda, porque vienes dos días y quieres hacerlo todo: ver a tu familia, ir al cine, salir, descansar, ver a tus amigos, a tu gente. Y tu gente ya no lo es porque su vida es otra; no son nómadas como tú, que vas dejando el corazón a trocitos por la geografía andaluza.
Demasiadas faltas en tu día a día, sitios y horas en los que no estás. Niños que no ves crecer pero te tiran besos cuando te vas. Puentes en los que tú llegas y todos se van. Pérdidas dolorosas... y tú sola y lejos.
Demasiadas caras en tu cabeza, demasiados nombres, demasiados rituales diferentes, demasiada información, demasiados cambios....
Tras años recorriendo carreteras en trenes, autobuses y coches repletos de gente y sueño, vuelvo a asentarme. Y después de un par de meses aquí, en casa, me doy cuenta de cómo ha sido mi vida. Adaptarme y volverme a adaptar. Y lo feliz que yo era a pesar de todo. La de gente que quiero y la de cosas que he aprendido y me han pasado.... Tenía razón mi hermano chico; aunque el primer día me hartara de llorar, el primer viernes ya volvía con una ilusión bajo el brazo.
La vida me ha vuelto a dar un vuelco. Viajo cada día, pero - cada día también - regreso a casa y me siento feliz por ello. Retomo aficiones, disfruto, participo de la vida cuanto puedo... Y lo mejor: la nueva etapa me trae gente buena que me gusta, con la que seguir compartiendo risas, lágrimas, palabras, miedos, secretos e ilusiones.... gente con la que compartir la vida.
